Las manifestaciones feministas que ocurrieron en la Ciudad de México los días 12 y 16 de agosto abrieron un espacio de discusión en la opinión pública. Quisiera sumarme al debate con unas reflexiones que surgen de la lectura de los textos inspiradores de Jessica González y Mónica Quijano, publicados en esta misma revista. Las reflexiones que aquí presento no buscan explicar ni mucho menos indicar el sentido de la movilización feminista. Son, en cambio, consideraciones sobre la dimensión disruptiva de esta protesta y su papel profundamente democrático.

La historia es conocida. Las denuncias de violaciones y abusos cometidos contra mujeres por la policía capitalina y la torpe reacción de las autoridades, enmarcadas en la crisis estructural de violencia de género que atraviesa nuestro país, llevaron a la organización de dos marchas convocadas por mujeres y colectivos feministas. Como parte de las manifestaciones se ocasionaron daños a una estación del Metrobús, a una estación de policía y se intervino con grafiti el Ángel de la Independencia.

La reacción de buena parte de la sociedad y los medios de comunicación no tardó en manifestarse: se condenó el vandalismo, los daños a la propiedad y las formas “impropias” de protestar. Con la estigmatización de las manifestantes, se desvió la atención del problema denunciado y se buscó deslegitimar al movimiento.

Hasta aquí, la situación resultaba familiar. Episodios semejantes se presentaron en los últimos años con distintas movilizaciones de protesta en las que tuvieron lugar acciones violentas. Pienso, solo por mencionar los casos más visibles, en las marchas de cada 2 de octubre, en la última gran movilización convocada por #YoSoy132 para la toma de protesta de Peña, o en las manifestaciones para exigir la presentación con vida de los 43 estudiantes de Ayotzinapa.

No obstante, la reciente movilización feminista se distinguió de aquellas al reivindicar de forma consensual esas acciones directas de transgresión o rebeldía. En contraste con lo ocurrido en protestas anteriores, los disturbios no fueron atribuidos a grupos minoritarios, de ideología extrema o anarquista, ni tampoco se imputaron a provocadores externos o grupos de choque infiltrados por el gobierno.

Por el contrario, al grito de ¡fuimos todas! se defendió la legitimidad de estos actos como expresión de denuncia de la violencia cotidiana que viven las mujeres este país. Se reconoció como una forma de acción política contra la opresión patriarcal de la sociedad y del Estado mexicano.

Los actos transgresivos de protesta vinieron acompañados de un pliego petitorio. La rapidez en su publicación mostró la capacidad organizativa del movimiento que, dejando a un lado sus diferencias, acordó las demandas a las autoridades para responder en lo inmediato a los abusos cometidos por la policía y para marcar un horizonte claro y concreto de acción hacia el futuro. Estos son los puntos del pliego:

Por una ciudad segura para todas

1. Declarar la Alerta de Violencia de Género para la CDMX y todo México.

2. Sanción a los actos de filtración de información.

3. Enjuiciar a los culpables de los delitos.

4. Acciones de reparación y no repetición.

5. No criminalización de la protesta social.

6. Garantías de seguridad para que las mujeres puedan transitar de manera libre y segura.

7. Protocolo estricto en el reclutamiento de cuerpos policiales.

8. Investigación de abusos sexuales previos por parte del cuerpo policíaco.

9. Que fuerzas militares no se encuentren a cargo de la seguridad pública.

10. Transparentar el trabajo del cuerpo judicial.

11. Prevenir la violencia de género en todas las Instituciones gubernamentales de la CDMX.

12. Participación social y política de las mujeres en estrategias contra violencia.

13. Disculpa histórica por los agravios cometidos en contra de los derechos humanos de las mujeres desde su fundación.

Se trata, como vemos, de trece demandas que apelan directamente al Estado, en específico al gobierno de la Ciudad de México. Aunque algunas de las pintas expresaron consignas anarquistas, el sentido general de los reclamos apunta hacia la necesidad de transformar un Estado que ha sido incapaz de proteger la vida y los derechos de las mujeres.

En contraste con el nihilismo o la fragmentación interna que caracteriza a buena parte de los movimientos sociales contemporáneos, las demandas de esta movilización y su forma de apropiarse de lo público, como lo hacen notar Mónica Quijano y Jessica González, muestran la emergencia de un actor político con un proyecto claro que está produciendo nuevas y mejores formas de ciudadanía.

En este sentido, encuentro en las marchas de hace dos semanas, con su carácter transgresivo y sus medidas de acción directa, expresiones profundamente democráticas. No de una democracia reducida a procesos electorales, que admite como únicos actores a las instituciones de gobierno, con sus pesos y contrapesos, a los partidos políticos o a la sociedad civil organizada. De una democracia, en cambio, que reconoce al demos el derecho a juzgar al poder público y demandar su transformación, incluso por vías no institucionales.

Visto así, la protesta transgresiva, consideradas por algunos como violencia inaceptable, como descontrol que desborda los canales democráticos, es parte consustancial de la democracia. Al igual que una elección, un proceso legislativo o la resolución de una suprema corte, una manifestación que se torna violenta puede ser un ejercicio democrático.

El historiador Pierre Rosanvallon acuñó el término “contrademocracia” para designar este otro escenario de la actividad democrática: “no porque esas formas de expresión se opongan a la democracia –explica en una entrevista– sino porque se trata de un ejercicio democrático no institucionalizado, reactivo, una expresión directa de las expectativas y decepciones de una sociedad. Junto al pueblo elector, también existe –y cada vez más– un pueblo que vigila, un pueblo que veta y un pueblo que controla.”

Al visibilizar el problema estructural de violencia de género que atraviesa nuestro país y al demandar a las autoridades mecanismos puntuales para su reparación, las manifestaciones de hace dos semanas revelaron a un demos que ha adoptado en México un cariz feminista.