Gilles Lipovetsky, Gustar y emocionar. Ensayo sobre la sociedad de seducción, trad. Cristina Zelich, Barcelona, Anagrama, 2020, 473 pp. 


Aspiración universal del hombre y la mujer. Condición que nos hermana. Quedar bien, agradar, recibir elogios y ahora likes, conquistar y gustar: todos lo deseamos. Cada cultura encuentra y recrea sus propios métodos para afianzar el vínculo. Maquillajes, vestidos, poses, acicalamientos de todo número, en el rostro como en el lenguaje, adornan la búsqueda de la compañía en este valle de lágrimas que también puede disfrutarse.

Hasta ahí, todo bien. El problema es que los mecanismos de la seducción se han derramado por toda la existencia, embaucando a inocentes y astutos por igual. La economía, la educación, los medios de comunicación, las redes, la política. El que compra, el que estudia, el que navega por internet, incluso aquel que vota ha caído presa del consumo, muchas veces con engaños. Y lo que viene después del acto de consumir es como un vacío; uno se sabe defraudado generalmente pero no puede romper el ciclo y volverá a caer.

En su libro más reciente, Gilles Lipovetsky (París, 1944) identifica toda una forma de ser, principios, usos y costumbres en torno al arte de atraer o seducir que bien podrían definir nuestros tiempos y que cada día gana más terreno. “No se trata de un juego, un adorno, un teatro de ilusión, sino de una experiencia central consustancial a la existencia”, advierte. Gustar y emocionar toma su título de unas líneas reveladoras de Racine. Gustar y emocionar —señala el dramaturgo en un prólogo a sus obras— es la regla principal. Y lo mismo vale para nuestros días, casi en todos los planos en los que el ser humano entabla relaciones sociales. 

Breve historia de la seducción erótica, la primera parte del libro de Lipovetsky hace un recuento del taparrabo al photoshop que permite entender el arte de gustar como práctica humana más allá del pecho inflado o la vistosidad y el colorido de algunos machos animales. También es posible entender el atildamiento de nuestros tiempos —implantes, cirugías, dietas, cuerpos trabajados en el gimnasio, filtros y efectos fotográficos— no como mecanismo de atracción de los demás, sino como autocomplacencia y seguridad ante un mundo exigente de apariencias. 

La seducción no es espontánea. Se define por rituales colectivos, en las sociedades tradicionales; por prácticas reguladas pero llevadas a cabo en la esfera de lo íntimo, en las modernas. Hoy está asediada por el consumo y el individualismo sin límites, enmarcada por las posibilidades de las tecnologías de la información y la comunicación instantánea. La seducción aparece en cada período de la historia humana registrada, de acuerdo a las formas de convivir permisibles. Lipovetsky, aunque formado en la filosofía, procede a la manera de la sociología y la antropología: a partir del hecho social. De ahí sus desavenencias con el feminismo. 

“En todas partes y siempre, los códigos de la seducción masculina y de la seducción femenina son sistemáticamente asimétricos”, apunta el autor. Diferencia de roles, quiere decir, que en conjunto juegan con eficacia el partido del amor y la reproducción de la especie, en la arena de la competencia. “Antropológicamente, no hay ninguna base para considerar las lógicas de seducción como simples auxiliares de la dominación social masculina”, subraya. A los hechos apela Lipovetsky, a los papeles que cada sexo representa en el teatro de la vida. No obstante, cabe preguntarse si la repetición y confirmación de las prácticas sociales legitiman y blindan su dimensión moral. No porque así hayan sucedido las cosas, estaríamos condenados a repetirlas de la misma forma.

La segunda parte de Gustar y emocionar resulta repetitiva tanto de la primera mitad como de otros títulos del mismo autor. Sus fuentes, hay que decirlo, pecan de francocentrismo, aunque se entiende por la longevidad literaria de Francia. A pesar de esta autoreferencialidad, Lipovetsky es un buscador del punto medio y el comedimiento de los juicios. Ni contra el capitalismo de la seducción y la industrialización de la apariencia, ni tampoco enteramente a favor: hay que moderarlo, crear contrapesos para limitar sus excesos, que pueden llegar a ser despóticos y crueles. 

El lenguaje descafeinado y eufemístico de la política, acompañado de sonrisas falsas y preocupado más por no causar polémica (aunque puede provocarla sencillamente para “robar reflectores”) que por enunciar una verdad mínima, hoy es el pan nuestro de cada día, en campaña perpetua por el poder. En el siglo xxi un buen orador debe ser “original” en un spot de 20 segundos, salir bien en una imagen que será retocada y mejorada para hacerse acompañar de cualquier mensaje. Lo que se busca es atraer a la opinión pública, como se vende el jabón o la comida rápida. El resultado: “una total ‘desacralización’ de la res publica”, dice Lipovetsky. 

¿Qué hacer? Lipovetsky acepta que la economía de la seducción, a pesar de sus excesos, permite satisfacer las necesidades básicas para la vida. No es posible ni deseable acabar con el consumo, pero sí moderarlo. Las propuestas del autor ocupan apenas unas páginas hacia el final de Gustar y emocionar. Previsiblemente, la educación está ahí, junto al fortalecimiento de la investigación científica; pero también, la innovación emprendedora. El autor parece aceptar la importancia de las empresas, especialmente si tienen auténtico respeto por el medio ambiente y las necesidades reales del individuo, pero no explica más. El cultivo del pensamiento crítico individual, no los grandes cambios desde arriba, es lo que realmente le preocupa.

Después del ocaso de las grandes narrativas y las ideologías, el individuo plural se descubrió libre, demasiado libre. Desamparado en esta selva salvaje, camina acosado de tentaciones desechables, placeres efímeros, nuevas y mejoradas motivaciones por descubrir cada día. ¿Hasta qué punto es moral explotar esta soledad existencial, además de pernicioso para la salud mental? Causa real y patente: la angustia de nuestros tiempos, pero afrontada con los medios menos apropiados y, en medio, revendedores y oportunistas de todo tipo. Es posible aún aprender a acompañarnos, con paciencia, moderación y, sobre todo, juicio crítico para no comprar soluciones mágicas.

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